jueves, 29 de enero de 2009

Inevitable

Ocurre muy frecuentemente que cuando una decisión que no nos conviene es evitable pero la otra opción resulta peor aún solemos desarrollar un sentimiento de frustración, al considerar que si hubiesemos pensado las cosas con más calma talvez hubieramos hallado una tercera posibilidad: para una jóven pareja la disyuntiva entre alquilar un domicilio o comprarlo puede tornarse bastante incómoda y de seguro que al tiempo de estar con el agua al cuello, tras siete meses de alquiler adeudado y un préstamo pendiente de aprobación, Juan piense "Si hubieramos aceptado el cuarto que nos ofrecía el primo Luis hubieramos estado libres de deudas hasta que me ascendieran a gerente en la compañia"; pero resulta que no todas las decisiones son tan a largo plazo como para permitirnos el lujo de pensar en otra salida más viable; cuando pierdes tu trabajo o te consigues otro o pasas las de caín para sobrevivir, no queda tiempo para pensar en complicados planes de ventas ni en sacar adelante una microempresa, cosas estas que si pueden hacerse una vez que te has establecido en un nuevo empleo.
Las decisiones en que ambas alternativas son favorables resultan, por lo mismo, muy dificiles y pueden dejarnos con la sensación de que, sin importar cual de las dos hubiesemos elegido, la otra talvez hubiera sido mejor.
Las decisiones inevitables son en cambio y paradójicamente las más fáciles, ya que al no admitir otras opciones nos ahorran conflictos y complicados razonamientos y a la vez nos excusan frente a los demás. Sin embargo, esta clase de decisiones contribuye a adormecer nuestro raciocinio, impidiendonos crecer como personas; solo se crece en la dificultad, cuando se aprende a manejar situaciones difíciles, las cuales nos permiten agudizar nuestro ingenio; podemos resumir todo esto en una sencilla paradoja: "Se aprende a decidir, decidiendo".

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